Érase una vez un zapato que una hurgadora encontró.
Lo recogió con amoroso gesto
Y, tomándolo en su mano,
lo ocultó en su cuerpo.
Esa noche de insomnio,
entre diarios y basura,
imaginó al galán cuyo zapato
a su lado descansaba.
Era simplemente perfecto,
morocho de ojos cetrinos
ni muy alto ni muy bajo
varonil y atlético
apasionado al besar.
Se fue enamorando de a poco.
como quién no quiere la cosa
El dueño de aquél zapato le hablaba
le decía que era hermosa,
que el perfume que exhalaba
lo derivaba a las cumbres de una dicha insospechada.
Fueron muchos los días que pasaron,
entre el barro, la lluvia y la mugre acumulada
pero nada destruyó el amor que ella sentía
La hurgadora llena de esperanza
buscaba con afán en la basura.
Nadie entendía por qué sólo
zapatos buscaba
En un acuerdo muy íntimo,
recostada en la chatarra calentada por el sol
ella supo, ella intuyó que si el otro zapato era encontrado
su vida cambiaría para siempre
nada ni nadie podría contra el par.
El ser soñado se haría realidad
erguido, recto, erecto.
El hombre completo surgiría
y, en un perfecto abrazo,
asumiría su miseria, su tristeza, su nimiedad de ser.
Disiparía tanta pobreza, tanto dolor.
Era la noche cuando dejó de hurgar.
Era el amanecer cuando salió a buscar…